jueves, 27 de septiembre de 2012

La fábula del mecánico

Imaginemos que el coche de un ciudadano español medio tiene un problema, hace ruidos muy raros y da la sensación de que empeora por momentos. Pregunta en un taller diferente al último al que lo llevó porque no quedó muy satisfecho y de hecho sospecha que igual se la liaron parda allí. Los del nuevo taller confirman que los anteriores eran unos zoquetes, y que si se lo deja a ellos prometen solucionar todos los problemas del coche, echarlo a andar e incluso hacerle mejoras para que el coche sea más seguro, más bonito, y huela mejor. Deja el coche allí y al cabo de una semana se pasa a preguntar qué tal. Le dicen que los anteriores mecánicos habían destrozado el motor por completo, que aquello estaba peor de lo que parecía, y que hay que meter mano a fondo y probablemente habrá que recortarle algunas prestaciones. Lo entiende. Nuestro amigo lo entiende, sabe que le va a salir un poco más caro de lo que pensaba y que tardará más en poder utilizar el coche normalmente.

A la semana siguiente vuelve al taller y le comentan que le han quitado el aire acondicionado, los cinturones de seguridad, la 4ª velocidad y el medidor de combustible. "¡Joder!", piensa el buen hombre. Encima le dicen que tampoco aseguran que aquello solucione el problema, que había estado conduciendo el coche por encima de las revoluciones a las que se podía conducir y que ahora tenía que hacer sacrificios. El señor empieza a recordar que en un taller de la misma franquicia, le habían dicho algunos años atrás que le ponían una centralita y que su coche, aun pareciendo modesto, podía correr como un Bugatti Veyron cualquiera y además consumiendo lo que un Cinquecento. "¿Y no se me romperá algo, oiga?", preguntó entonces. "Calle, calle, que nosotros somos mecánicos profesionales y esto le va a ir de lujo". El ciudadano nota cierto arrepentimiento por no haberlo pensado un poco más en aquel momento, pero es que conducir un superdeportivo era realmente tentador. Protesta ligeramente y se marcha del taller refunfuñando.

A las dos semanas vuelve, y resulta que se encuentra al jefe de taller hablando con un tipo alemán, y por lo poco que entiende, parece que está hablando de venderle el coche. Al dueño del vehículo casi le da un ataque y mira ojiplático al mecánico, que se apresura a responder: "No se preocupe usted, buen hombre, que no es una venta como tal. Es sólo una simple transacción de un bien a cambio de moneda. Este amable caballero va a darnos dinero a nosotros para que reparemos su vehículo, y después será él quien lo conduzca. Usted prácticamente no va a notar nada porque lo más seguro que los sitios a donde quiera ir este señor alemán le pillan a usted de paso. Por cierto que tendrá usted que irle pagando poco a poco por el coche (la verdad es que nos ha puesto unas condiciones muy favorables, somos unos magos de la gestión y la negociación)". El resto de mecánicos aplaude al jefe de taller mientras la sangre del señor español empieza a removerse y a hervir, y comienza a proferir insultos y a enfrentarse a los mecánicos, que directamente le ignoran y actúan como si nada ocurriera (aunque se escucha de fondo a una mecánica decir "¡Jódase, pringao!") . De reojo le parece ver que en la parte de atrás de su vehículo hay una pequeña fiesta con champán y puros. Amenaza con volver al día siguiente y sentarse a las puertas del taller hasta que le devuelvan el control de su coche, y ni cortos ni perezosos los mecánicos le comparan con un ladrón de poca monta y le dicen que es una vergüenza que actúe de forma tan incivilizada.

El tío va, al día siguiente, y se sienta en la puerta del taller, donde curiosamente le dicen que el jefe de taller no está, que se ha ido de viaje a ver al jefe de un taller mucho más grande. Cuando lleva media hora sentado, no sabe muy bien de donde, aparecen unos individuos y le empiezan a dar de palos y a decirle que se vaya a su casa y haga lo que tiene que hacer, que es estarse calladito y quietecito.

Sé que es un ejemplo simplista pero fácilmente extrapolable. Nadie toleraría algo similar con su vehículo y menos en un país como España, con un pueblo que se jacta de ser orgulloso (como todos los pueblos del mundo, por otra parte) y donde forman parte de las expresiones populares más extendidas frases como "a mi no me chulea ni Dios", "a mi no me toca los cojones ni San Pedro" o cualquier otra combinación similar que todos oímos un par de veces al día. Por ello sorprende que un porcentaje tan alto de la población soporte y tolere que le chuleen y que le toquen los cojones u ovarios pero bien toqueteados, incluso teniendo en cuenta que mucha gente estará condicionada por la bestial manipulación mediática que estamos viviendo, y que los de mi generación sólo conocíamos por los libros de Historia. Que no es que hayamos caído del guindo ayer, siempre hemos sabido que contaban lo que querían, pero es que el trato (o mejor dicho el "no trato") que se está dando a las revueltas sociales de medio mundo y de nuestro propio país resulta casi inverosímil, casi rozando el absurdo, sobre todo habiendo tantas vías alternativas para verificar esas mentiras u omisiones. Resulta gracioso, por ridículo, ver a nuestros políticos hablando a la ligera de la censura y la propaganda en China, Corea del Norte, Venezuela o Cuba, en muchos casos mintiendo acerca del tema, cuando aquí hay un control total y absoluto de los medios, al menos de los "tradicionales". Por no hablar del afán de censurar y controlar Internet (ley Sinde, y lo que vendrá).

Afortunadamente son tan zoquetes en materia tecnológica que tenemos mucho margen por ahí. Será mejor que lo aprovechemos.

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